PUÑACA TINTA MARÍA, Bolivia — Por milenios un lago en los Andes bolivianos prodigó vida a una rica cultura desde que los primeros hombres y mujeres pisaron el Altiplano.
Muerto el lago hace cinco años por causa del cambio climático y la contaminación, los Uru se aferran a sus raíces para evitar que sus saberes se evaporen como las aguas.
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Ninguno de los 635 habitantes de esta etnia habla uru, idioma de sus antepasados, sino español, quechua o aymara, lenguas dominantes del país. Sin embargo, hace tres años decidieron recuperar su dialecto como una reivindicación.
CIENTOS DE PESCADORES DE LA ETNIA URU SE QUEDARON SIN SU FUENTE DE TRABAJO
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“Los abuelos pensaron que el lago duraría toda la vida y ahora mi pueblo está en extinción porque nuestra fuente de vida se ha perdido. En este tiempo todo cambia, pero nos esforzamos por mantener nuestra cultura”, dice Luis Valero, mallku (líder) de las tres comunidades Uru del lago Poopó, en la provincia altiplánica de Oruro, en el occidente de Bolivia.
Los Uru vivieron por siglos en islas flotantes y balsas de junco. Se llamaban “hombres de agua”.
“Recogían huevos, pescaban, cazaban flamencos y patos. Cuando se enamoraban, la pareja fabricaba su propia balsa”, cuenta el relato que recuerda de sus abuelos Abdón Choque, joven líder de Puñaca, con 180 habitantes, el más pequeño de los tres pueblos. Los otros son Llapallapani y Vilañeque.
El lago Poopó llegó a abarcar 1,4452 millas y se unía hacia el norte con el Titicaca en un vasto mar interior que forjó culturas como la Tiwanaku (400 a.C. - 1.200 d.C.), antes de los incas.
Las aguas poco profundas fueron disminuyendo durante décadas debido a la sedimentación, la minería, el desvío de aguas a la agricultura, el cambio climático y el fenómeno El Niño, con su patrón errático de lluvias y sequías, según estudios del Centro de Ecología y Pueblos Andinos (CEPA) en Bolivia.
En febrero de 2016 la NASA y la Agencia Espacial Europea (ESA) corroboraron con registros satelitales la evaporación casi total del Poopó. Imágenes de pequeñas embarcaciones de pescadores encalladas en el lecho fofo dieron la vuelta el mundo.
“Cuando nuestros padres salieron a la orilla (en los años 70) las tierras ya estaban ocupadas. Somos antiguos, pero no tenemos territorio. Ahora no tenemos fuente de trabajo, nada”, dice Rufino Choque, de 61 años y alcalde de Puñaca, que cobija una ventana de casas en unos 14,125 pies cuadrados.
Las tres comunidades están separadas y viven rodeadas de vecinos que cuidan celosamente sus tierras. Sin terreno para la agricultura y el pastoreo, los jóvenes y adultos se emplean de labriegos, pastores, mineros o albañiles en pueblos cercanos. “Ven la plata y no regresan”, dice Abdón. Las mujeres hacen artesanías con paja con mínima ganancia.
Aunque no reportaron enfermos o fallecidos, la pandemia de COVID-19 restó continuidad al aprendizaje del uru. “Nuestros hijos tienen que recuperar el idioma para distinguirnos de nuestros vecinos”, afirma Valero..
En la región andina la situación más crítica es de los Uru. En la Amazonía, otros doce pueblos viven al “borde de la extinción”, según la presidenta de la Comisión legislativa de Pueblos Indígenas, Toribia Lero, de origen quechua.
“Los profesores nos enseñan el idioma con números, canciones y saludos. Es un poco difícil pronunciar. Quiero ser maestra de matemáticas para enseñar en mi comunidad. Si estudio gastronomía quisiera llevar la comida de mi pueblo”, dice Avelina Choque, de 21 años y una de dos alumnos del bachillerato. La pandemia ha restado continuidad al aprendizaje.
El primer presidente indígena del país, Evo Morales (2006-2016), cambió la Constitución (2009) para reivindicar a los originarios.
Bolivia pasó de República a Estado Plurinacional y 36 lenguas nativas fueron reconocidas. Por gestión suya, Naciones Unidas proclamó el 22 de abril “Día internacional de la Madre Tierra”, pero su legado fue controversial en un país de economía primaria.
Alentó la expansión de la agroindustria, la minería y autorizó la exploración petrolera en reservas naturales, lo que le ganó enemigos entre los indígenas, según estudios de la Fundación Tierra.