Encrucijada, una pequeña localidad en Villa Clara, se convirtió en el escenario de una de las protestas más resonantes en tiempos recientes en Cuba. La interrupción del suministro eléctrico por 48 horas, que dejó a miles de cubanos a oscuras mientras se preparaban para el huracán Rafael, desató una oleada de descontento popular. Las calles se llenaron de vecinos indignados, armados de cacerolas y gritos, exigiendo respuestas a las autoridades, que parecían estar en silencio.
Frente a la sede municipal de Encrucijada, se escuchaban los gritos de “¡No nos van a callar!”, y el sonido de cacerolas resonando. Los manifestantes clamaban no solo por el regreso de la electricidad, sino también por una respuesta clara y rápida de sus líderes. Sin luz en sus casas y con la amenaza de una tormenta acercándose, el colapso del Sistema Eléctrico Nacional había empujado a la comunidad a su límite.
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La imagen de linieros trabajando para reparar los postes eléctricos dañados por la tormenta no bastó para calmar el ambiente. En varias zonas de Villa Clara, como Jutiero y la Comunidad La Sierra, la electricidad fue restaurada parcialmente. Sin embargo, en Manicaragua, el clima de tensión se tornó más severo, dando lugar a detenciones y enfrentamientos entre la policía y los vecinos.
Desde La Habana, el dictador cubano Miguel Díaz-Canel compareció en conferencia, vestido con su habitual traje verdeolivo, tratando de proyectar calma en medio de la agitación. “Cuba no ha colapsado”, afirmó tajantemente. Pero sus palabras parecían no calmar a una población agotada, que enfrenta día tras día dificultades para acceder a servicios básicos. Las promesas de restauración del servicio eléctrico no lograban apagar el fuego de la frustración, especialmente en las comunidades más afectadas por el apagón prolongado.
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Lo que comenzó como una demanda por electricidad se transformó en una voz colectiva de inconformidad por la falta de soluciones en temas de infraestructura y servicios esenciales.permanentes.