Juan Alejandro Amaris, veterano del Ejército de Estados Unidos y sobreviviente de graves heridas sufridas en Irak, recuerda con emoción y dolor los eventos que transformaron su vida para siempre.
A los 25 años, mientras cumplía una misión como artillero en Irak entre 2005 y 2006, una explosión lo dejó con quemaduras de tercer grado en el 77% de su cuerpo.
La base en la que Amaris estaba era atacada casi a diario por morteros, un ambiente constante de tensión que hacía que cualquier tarea, por simple que fuera, se convirtiera en una misión de supervivencia. En uno de esos días, mientras supervisaba el llenado de combustible de un camión junto a trabajadores iraquíes, notó algo extraño en sus movimientos.
Antes de que pudiera reaccionar, sintió una explosión en el lado derecho. El impacto lo lanzó al suelo, envuelto en llamas. “Salí corriendo, me tiré en un campo de pasto, intentando apagar el fuego y cerré los ojos; pensé que hasta ahí había llegado”, recuerda.
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En el momento en que todo parecía perdido, un pensamiento lo devolvió a la realidad: su hijo de año y medio, esperándolo en casa. “Pensé en él y me levanté. A pesar del dolor, lo hice por él. Viví muchas cosas con mi hijo, momentos que me ayudaron a seguir adelante”, dice.
Después del accidente, Amaris pasó cuatro meses en coma inducido y perdió casi la mitad de su peso corporal, bajando de 200 a 105 libras. Al despertar, la batalla contra el dolor y la depresión parecía insuperable, pero un momento con su hijo le dio un nuevo propósito: la oportunidad de volver a compartir con él y verlo feliz.
Un día, aceptó una invitación para una actividad de baloncesto junto a su hijo y, aunque apenas podía caminar, lo intentó. "Ver a mi hijo correr y reír me llenó de fuerzas. Caminaba como podía, pero estaba allí con él", asegura.
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La vida le planteó nuevos desafíos. Decidió amputar sus manos, afectadas severamente por las quemaduras, enfrentándose a la dificultad de las tareas diarias. Sin embargo, la conexión emocional con sus hijos, aunque distinta, sigue siendo profunda. “El ser humano necesita el contacto físico; eso ha sido lo más difícil para mí. Cuando quiero acariciar a mi hija, le pongo mi cachete en la cara. Es lo más cercano a una caricia que puedo darle”, explica.
Hoy, Amaris lleva adelante un negocio de comida tradicional colombiana, disfruta del deporte, y sobre todo, ha asumido la tarea de inspirar a otros. Con un toque de humor, enfrenta las secuelas de su experiencia. “Cuando hay que sacar la parrilla caliente, me dicen: ‘Dale Alejo, que tú no te quemas’ y les respondo con una sonrisa: ‘Ya lo hice una vez’”.
“No me quejo y estoy agradecido por cada día”, expresa Juan Alejandro Amaris, un veterano del Ejército de Estados Unidos.